18 Abr 2016

El Pais

Lena (Leading European Newspaper Alliance)

Traducción de
Jesús Albores

Las primarias con ojos europeos


En las elecciones primarias de las que sale el candidato a la presi­dencia de EE UU hay mucha más democracia de lo que creen nu­me­ro­sos europeos.

Lo que visto desde fuera parece un gigantesco e hinchado espectáculo circense, una escenificación de los egos y de la política como simple negocio, aporta muchas cosas buenas si se considera con más aten­ción. En las elecciones primarias de las que sale el candidato a la pre­sidencia de EE UU hay mucha más democracia de lo que creen nume­ro­sos europeos. Aunque solo fuera porque este proceso permite a cientos de miles de ciudadanos atentos aprender qué tipo de ataduras pluto­crá­ti­cas traban esta democracia. Pero también gracias a las primarias los estadounidenses pueden barruntar cómo podrían cortarse esas ataduras y cómo se podría liberar a la democracia de la plutocracia.

A lo largo de siete semanas y en siete Estados de EE UU estuve pre­sen­te en los innumerables discursos de los candidatos, escuché de prin­cipio a fin docenas de debates, leí cientos de informes, comentarios y artículos de opinión y fui espectador durante horas de los comen­ta­ris­tas y analistas televisivos. Y aprendí algo.

Descubrí cuál es el sentido de las primarias que se establecieron en 1912, gracias a Theodore Roosevelt, quien había sido presidente y era en esa fecha candidato al cargo. Los ciudadanos no solo tenían que decidir entre los candidatos de los dos grandes partidos; también había que darles voz en su proceso de selección dentro de ambas forma­ciones.

Es cierto que el lema de Roosevelt - «dejemos que el pueblo hable» - era oportunista. Como su rival, William Howard Taft, manejaba a su capricho a las élites republicanas en todos los Estados, a Roosevelt no le que­da­ba más remedio que dar el rodeo de acudir a los ciudadanos para ser in­corporado a la selección de candidatos.

La mayoría de los aspirantes a la presidencia comienzan su precampaña siete meses antes de las primeras primarias. Dan discursos programá­ti­cos, organizan a sus colaboradores en todos los Estados, se rodean de un equipo de estrategas, redactores de discursos y expertos en demos­co­pia y relaciones públicas. Dan entrevistas a periodistas críticos, se enzarzan en debates con rivales del propio partido y del ajeno. Ya este período previo a las primarias selecciona. Muchos se dan cuenta enton­ces de que no van a llegar y renuncian. Otros se excluyen de la carrera por sus errores retóricos.

Después, Estados pequeños y no determinantes, como Iowa y New Hamp­shire, inician el calendario de las primarias, que cada cuatro años se vuelve a establecer de nuevo por ley. En estos Estados la mayoría de los candidatos son «forasteros», tienen que darse a conocer y con­vencer desde cero. En Estados tan pequeños eso es factible: sus ciu­da­danos quieren y pueden escuchar a los candidatos y ser escuchados por ellos. Sus posturas y carencias se evidencian tan claramente como su personalidad, programas y objetivos. Pero también se ve hasta qué punto concitan adhesión. Así se hizo patente la enorme frustración económica - incluso penuria - de muchos miembros de la clase media, como también se puso de manifiesto su crítica a la ignorancia que les muestra la mayoría política establecida. Esto trastocó todas las estra­te­gias de las élites del partido. De nada le sirvieron entonces sus 140 mil­lo­nes de dólares al tercer miembro de la dinastía Bush que aspiraba a la presidencia. También quedó claro el miedo de millones de estado­uni­den­ses a la pérdida de estatus social, a quedarse solos, a que se les tuviera en cuenta.

Pero también se impuso la percepción de que lo que determina la políti­ca en Washington ya no es la preocupación por el bien común, sino in­te­reses particulares de grupos privilegiados. De ahí la enorme aprobación de la que gozan Donald Trump y Bernie Sanders, de ahí el fracaso de Jeb Bush. También aquí radican los problemas de Hillary Clinton.

¿Qué ocurrirá, pues, si el vencedor de las elecciones de noviembre fi­nal­mente decide ignorar todas estas percepciones y sentimientos ¿O si ni siquiera puede hacer lo que debería hacer Esta es una pregunta por comp­le­to ajena a EE UU, pues la sugestión de su virtual omnipotencia les es tan propia aquí a todos como el frío al invierno. Y sin embargo, podría resultar que no es solo la plutocracia lo que debilita la democracia en EE UU. También allí la política quizá esté tan debilitada por los inte­re­ses de la economía de mercado global que ya no está en condiciones de defender los intereses vitales de la gran mayoría de los estadouniden­ses.

Andreas Gross es politólogo. Durante 24 años fue miembro del Parla­men­to suizo y durante ocho años líder del grupo socialdemócrata en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.


Kontakt mit Andreas Gross



Nach oben

Zurück zur Artikelübersicht